El despertador sonó, sonó y sonó yo solo podía dar manotones para tratar de apagarlo. Por fin logre apagar ese maldito aparato y comenzar a poner mis pensamientos en orden, cada mañana era lo mismo en el orfanato pero esta sería mi última mañana aquí. Mi última rutina.
Hoy era el día en que mis padres adoptivos vendrían por mí. Eunice y Gabriel. Sabía muy poco acerca de ellos, de hecho sabia prácticamente nada, cada vez que venían a visitarme aparecían con los nuevos padres de Cristi. Lo que conocía de su parentesco era que Gabriel era el mejor amigo de secundaria de Clarisse, Rodolfo había sido novio de Eunice durante la universidad; Clarisse era hermana de Eunice y en algún loco momento estos cuatro desconocidos se conocieron y bueno el amor floreció.
Cristi y yo seremos primas. O como ellos dicen primas-hermanas. Seriamos realmente felices según todas las probabilidades, aunque en realidad yo no quisiera esta vida que se me ofrecía, debía aceptarla. Ya había sido adoptada y solo me tocaba acatar las normas.
Me levante torpemente, mi cabello oscuro estaba alborotado, cuando mis pies desnudos tocaron el piso frio de madera reaccione completamente. Fui a la ducha corriendo, deslice mi mano por el grifo de agua fría y un chapuzón inmediato hiso contacto con mi piel llevando temblores a todo mi cuerpo. Sentía como mi cuerpo se convulsionaba debido al frio. Me hubiese quedado por horas bajo el agua fría, lavando mis temores, limpiando mis ideas y sobretodo deseaba adormecer mi cuerpo. Jacqueline con un golpe en la puerta fue quien me hiso salir de la ducha.
-Ivaine, sal rápido y vístete. Tus padres ya llegaron.
El corazón se detuvo por un mili segundo para después continuar con un latido alborotado que revelaba lo asustada que estaba. Envuelta en la bata que me había regalado Cristi hace dos cumpleaños atrás volví a la habitación que había sido mía y de Cristi desde que teníamos tan solo meses de nacidas. Un cuarto pequeño, habíamos tenido suerte de no compartir cuarto como las demás niñas en el orfanato.
El piso con su madera antigua, desgastada, me invitaba a deslizar por última vez mis pies descalzos, las paredes de color amarillo pastel adornadas con nuestras manos en diferentes transiciones a medida que crecíamos, las fotografías que habían sido removidas de la pared, nuestros carteles de papel mache en distintos colores fueron puestos en una caja. Cada idea, sueño, pensamiento, risa, llanto que habían guardado estas cuatro paredes quedarían en el ayer para ser ocupados por los pensamientos y sentimientos de alguna otra persona.
Lagrimas derramaban mis ojos, incalculables gotas recorrían mi rostro, silenciosas.
El vestido verde azulado se encontraba encima de mi cama esperando a que lo usara, Jacqueline me había dicho que sería una bonita forma de agradecer el regalo de Eunice usándolo el día en que fueran por mi; en mi caso era una forma de ceder, soborno de la peor calaña. Bueno quizás no soborno de la peor calaña pero quería dejar en claro que no sedería tan fácilmente. Cualquiera en mi posición ya estaría resignada pero yo no, no me rendiría, si fuese necesario encontraría la manera de que tanto Eunice y Gabriel se vean tan artos de mi presencia que tuviesen que devolverme.
Saque mis jeans gastados, una blusa de algodón en color verde y una chaqueta negra con capucha para ocultar mi rostro, me puse mis zapatillas. Guarde el vestido verde azulado junto a los zapatos a juego dentro de mi maleta, entonces ya estaba lista.
Jacqueline llego a mi habitación, junto a Eunice y Gabriel. Esperaba que ellos estuviesen abajo aguardando por mí, pero al parecer me equivoque.
-¡Ivaine! –me reprendió Jacqueline al ver que no estaba vestida como lo habíamos acordado.
Mi mirada puesta en mis zapatillas.
-Ivaine por favor –dijo en un tono de voz más suave de lo habitual.
Lentamente levante mi mirada para quedar a la altura de la de ella, lastimosamente mis lágrimas aun no se había ido y estaba segura de que mis ojos estaban totalmente irritados sin mencionar que mi nariz no dejaba de moquear. Yo estaba hecha un desastre.
Eunice y Gabriel me dirigieron una mirada apenada, ambos lucían casi culpables ¿Por causarme este dolor? ¿Por llevarme lejos de aquí? La verdad era que no me interesaba saberlo, me importaba un verdadero rábano lo que ellos opinasen de mí.
-Querida por favor no estés triste, ya verás que todo irá bien, además Cristi está muy entusiasmada de volver a verte –Eunice se dirigió a mí con su voz tan suave y dulce, era como si el susurro del viento, sereno, acompañara su voz delicada.
-Tenemos todo preparado para ti, tu cuarto, tu coche y por supuesto la mejor educación que podremos proporcionarte. Todo será sencillo –Gabriel hablaba como si yo fuese un muñeco al que ellos solo tenían que dirigir. Sus palabras me dejaban cada vez mas angustiada.
¿Acaso creían que todo seria así de fácil para mí? ¿Qué dándome un coche y cosas bonitas, yo tenía que tirarme a lamerle sus botas? Mi furia se incremento y los fulmine a ambos con la mirada, tenía las palabras perfectas para escupirles en la cara pero como siempre Jacqueline se dio cuenta de mi estado de ánimo y fue capaz de callarme.
-Ivaine creo que será mejor que bajemos tus maletas ¿no les parece?
-Oh, claro eso estaría perfecto – cedió Gabriel.
Comenzó a dar vueltas por la habitación recogiendo mis dos únicas y pequeñas maletas. Estuvo a punto de recoger mi mochila también, pero me adelante y la tome yo. Me sentía realmente harta de tener a esta gente a mi alrededor, baje las escaleras como si fuese un cohete a propulsión, sabía que Jacqueline bajaría con Eunice y Gabriel tratando de bajarle el perfil a mi comportamiento imprudente ¿Pero y qué diantres? A nadie le importaba realmente.
Cuando llegue al primer piso no tenía ni idea de lo que me esperaba.
Las niñas más pequeñas de la casa Hogar estaban en la entrada esperándome con un gran cartel que decía - ¡Te extrañaremos Iv! – lleno de escarcha y corazones de papel picado, las más grandes estaban con un montón de tarjetas que eran para mi, nunca pensé que recibiría alguna de estas cosas, siempre lo viví desde fuera, era yo quien daba regalos a las chicas que se iban y siempre eran las más pequeñas. Quería llorar, por su lindo gesto, gritar de la rabia y patalear para que Jacqueline anulara esa estúpida adopción.
En vez de comportarme como una niña mimada, puse mi mejor cara de “gracias” recogiendo todos los besos y abrazos que me eran dados con sinceridad, tome las tarjetas de despedida, di un adiós con mi mano para todos, subí al carro y me aleje de allí.
Eunice y Gabriel no hablaron en todo el camino, solo se preocuparon de cerrar la boca y poner algo de música clásica.
La residencia, o mejor dicho el lugar de mi nuevo hogar, era el barrio más monstruosamente acomodado que había visto en mi corta vida. Se ubicaba en la parte sur de la ciudad, un complejo totalmente privado, con colegios, supermercados, parques, incluso tenían una mínima parte donde hallabas tiendas. Era como una gran cárcel, pero con todas las comodidades al alcance de tu mano.
No me fije en el camino que suponía debía guiarme hasta mi casa-mansión, pero en el momento que Gabriel estaciono fuera de una casa tan grande como un palacio sabía que estaba en verdaderos aprietos, ellos quizás me tendrían bajo supervisión todas las locas horas de mi día, no sería tan fácil escapar y mucho menos hacerle la vida de cuadritos.
-Bueno Ivaine ¿Qué te parece?
-Es bonito, para gente con dinero.
Ambos guardaron silencio, yo solo baje del coche, me puse la mochila y me acerque al porche de la casa. Eunice se acerco a mí y comenzó a buscar las llaves en su cartera, supuse que Gabriel bajaba mis maletas, pero él hablaba con un tipo alto como de unos 25 años, quizás era mi vecino o quizás solo alguien de por aquí.
-Oh creo que he perdido mis llaves, ¿Ivaine puedes decirle a Gabriel que me pase las suyas por favor?
-Claro.
Tire mi mochila al piso y comencé a acercarme al lugar donde estaba Gabriel, ni siquiera seguí el caminito de cemento, pise el perfecto pasto tan fuerte que si hubiese podido lo hubiese arrancado con cada pisada que daba. No pedí permiso para hablar, no me presente y mucho menos me comporte como debía.
-Gabriel, Eunice quiere las llaves dice que perdió las suyas – dije mientras mis manos se movían nerviosas con las mangas de mi chaqueta.
-Oh, aquí tienes. Ivaine el es Pablo, nuestro vecino.
-Hola –dijo el hombre.
Mire su rostro, bastante juvenil para pensar que tenía 25 años. Tome las llaves de la mano de Gabriel y me fui sin decir una palabra. Escuchaba la voz de Gabriel disculpándose por mi falta de educación, dando la escusa de ser muy tímida con los extraños - ¡Ja! Como si ellos no lo fueran – di las llaves a Eunice. Abrió la puerta y me hiso pasar al hall de entrada, prendió la luz y ahí fue cuando mi peor pesadilla comenzó.
Una bofetada y una pequeña probada de la vida a la que tendría que acostumbrarme a vivir.